sábado, 11 de diciembre de 2021

Omnisciencia y libre albedrío: apuntes a las objeciones y respuesta a Agustín Echevarría

 



Actualizado por última vez el 22/4/2022
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1. Introducción 

Dentro de las religiones abrahámicas, la postura que se sostiene con respecto a la omnisciencia divina es clara: Dios, como ser supremo y perfectísimo, posee un conocimiento total y completo sobre todo en cuanto existe. Él conoce el pasado, el presente y el futuro de absolutamente todas las cosas del universo. Por otro lado, tanto el cristianismo, así como el islam y el judaísmo -las tres principales religiones de origen abrahámico- sostienen la existencia de libre albedrío en las acciones humanas. Es decir, que los hombres eligen por sí mismos qué rumbos de acción tomar en cada momento determinado. Esto significa, por ejemplo, que cuando yo me levanto de la silla y me voy a preparar un café, lo estoy haciendo por motu proprio, y que tal decisión ha surgido desde mi interior, que yo he elegido actuar de ese modo y que tal acción no es algo que estuviera determinado por alguna necesidad absoluta, dado que pude elegir hacer otra cosa y aún así no lo hice. Entonces, se dice que tal elección es contingente.


Sin embargo, aquí es posible plantear una cierta objeción basada en lo paradójico que podría resultar el intentar compatibilizar la omnisciencia divina con el libre albedrío. Muchos ateos se basan en esta aparente contradicción para intentar refutar la veracidad de cualquier culto religioso que sostenga la creencia en un Dios omnisciente y que, a su vez, propugne la existencia de libre albedrío en los actos humanos. El argumento, que data de hace siglos y hoy en día goza de una gran popularidad, puede estructurarse como sigue:



2. La paradoja del libre albedrío


  1. Si, en un tiempo T1, es posible conocer con absoluta certeza que en un tiempo T2 un suceso X ocurrirá, entonces tal suceso está determinado.

  2. Si un suceso está determinado, entonces no es contingente.

  3. Tener libre albedrío significa gozar de la capacidad de elección entre varios rumbos de acción contingentes.

  4. Dios puede, en un tiempo T1, conocer con absoluta certeza que en un tiempo T2 una cierta persona va a tomar un rumbo de acción X.

  5. Dios, dada su absoluta omnisciencia, puede hacer lo mencionado en la premisa 4 con cualquier rumbo de acción tomado en cualquier momento por cualquier persona.

  6. Entonces, todos los rumbos de acción tomados en cualquier momento por cualquier persona están determinados.

  7. Esto significa que no son contingentes.

  8. Por tanto, de existir un Dios omnisciente, el libre albedrío no se daría en en las acciones humanas.


Este no se trata de un argumento frontalmente antiteísta -es decir, que pretenda demostrar la inexistencia de cualquier tipo de Dios-, dado que alguien podría aún, por ejemplo, defender el caso de la existencia de un Dios que no posea el atributo de la omnisciencia o, también, plantear un escenario en el que exista un Dios omnisciente, pero rechazando la existencia de libre albedrío en el mundo. Existen, de hecho, diversos autores que han propuesto alguna de estas dos tesis. Resulta evidente, entonces, que este argumento no es ni pretende ser una refutación al teísmo en general, sino a ciertas religiones en particular. Más específicamente, a las religiones de origen abrahámico, que representan a más del 56% de la población mundial. Así pues, esto resulta un gran problema para cualquier persona que profese estos cultos o que, por cualesquiera otros motivos, pretenda mantener una creencia en un Dios omnisciente al mismo tiempo que sostenga la existencia de acciones verdaderamente libres. 



3. Respuestas a la paradoja


3.1. Respuesta basada en negar la existencia de un valor de verdad sobre las acciones contingentes futuras


Esta objeción al problema del libre albedrío y la omnisciencia divina se puede rastrear hasta Aristóteles, quien en el capítulo noveno de la segunda parte de su Órganon -aunque no refiriéndose al caso concreto de Dios- afirma que, con respecto a la oposición de futuros contingentes, es imposible extraer una respuesta determinada como válida, en tanto que, según dice, no existiría un valor de verdad en relación con este tipo de proposiciones, dado que refieren a hechos que, además de aun no haber sucedido, por su misma naturaleza no estarían absolutamente determinados. Siguiendo su ejemplo, si yo ahora me pregunto si habrá una batalla naval mañana, cualquier respuesta que alguien pretenda darme estará igualmente indeterminada con respecto de su valor de verdad. Sin embargo, al día siguiente, cuando ya se haya podido conocer si ha habido o no una batalla naval, la proposición del día anterior adquiere un valor de verdad que en hasta ese momento no solo no podía conocerse, sino que no existía en absoluto.


De esta manera, del mismo modo en que al decir que Dios es omnipotente no estamos diciendo que pueda hacer literalmente cualquier cosa, sino solo aquello que sea concebible por la lógica y que vaya acorde con la naturaleza divina -sería incapaz, por ejemplo, hacer un circulo cuadrado, o un soltero casado, así como tampoco podría pecar o mentir-, podemos plantear que Dios puede conocer solo lo que puede ser conocido. En tal caso, Dios no podría conocer la respuesta a una pregunta imposible de responder, con lo que formular la pregunta “¿qué acciones contingentes elegirán los hombres mañana?”, sería similar a preguntar “¿cuánto es un voltio de agua?”  o “¿quién destruyó la Tierra en el año 1600?”.


No obstante, por más que pueda resultar válida a efectos de solucionar la paradoja para algunas creencias específicas, esta objeción no es eficaz para quienes pretendan mantener su fe cristiana o musulmana, dado que tanto en la Biblia como en el Corán se explicita en diversas ocasiones que, efectivamente, Dios que tiene la capacidad de conocer el futuro, y en estos libros las profecías divinas son comunes.



3.2. Respuesta basada en invertir el orden causal entre acción libre y pre-conocimiento divino


Esta es la respuesta que planteó William Lane Craig al argumento de la incompatibilidad entre libre albedrío y omnisciencia divina. El famoso apologista, en el video titulado God’s Omniscience and Free Will, desarrolla su objeción como sigue:


“So by your actions you have the ability, by what you do, in a sense to determine what God will have believed in the past. His knowledge is sort of like an infallible  barometer of the weather. The barometer never fails; it's always right, but clearly the barometer doesn't determine the weather. If the weather  were different, the barometer would have been different, so the  foreknowledge of God is like an infallible barometer, and you're free to do whatever you want, but you're just not free to fool the barometer; God knows whatever it is you do. So your action is logically prior to what God foreknows, but his foreknowledge is chronologically prior to what you do.

 

En resumidas cuentas, nos viene a decir que yo, como sujeto A, al realizar la acción X en T3, estoy modificando el conocimiento de Dios en cualquier instancia temporal anterior a T3 -es decir, en T1 y T2-. Esto involucraría una especie de causalidad regresiva, en cuyo caso las acciones humanas presentes estarían modificando o determinando el conocimiento pasado de Dios.


Esta respuesta, aunque sin duda ingeniosa, y aun obviando los errores teológicos que conlleva -a saber, la negación de la inmutabilidad divina, y la afirmación de Dios como un ente sujeto a la temporalidad-, parece un tanto descabellada en cualquier escenario que no involucre una teoría B del tiempo. Es decir, si aceptamos la existencia de un tiempo no tenso -tenseless time, en inglés-, en cuyo caso pasado, presente y futuro serían igualmente reales de manera simultánea, y el devenir temporal sería una mera ilusión, entonces sí que parece factible -o, al menos, no parece descabellado- que este tipo de causalidad pueda suceder. De no ser así, el asunto se complica bastante para quienes quieran defender este argumento como una objeción válida frente al problema del libre albedrío y la omnisciencia divina.



3.3. Respuesta basada en la distinción entre preconocimiento y determinación


Es probable que esta sea la más sencilla de las respuestas que se pueden plantear al argumento en cuestión. En resumidas cuentas, nos dice que el hecho de que conozcamos, aunque sea de antemano, que una persona actuará de determinado modo, no le quita la condición de libre al acto de la persona en cuestión. Es decir, yo puedo tener una pre-ciencia o preconocimiento sobre las acciones libres de un cierto sujeto, pero aún así preconocerlas como lo que son: acciones libres.



4. Pre-ciencia y atemporalidad del conocimiento divino


Y aquí llegamos al punto que nos compete, y que le da el título a este escrito. Aunque terminé extendiéndome un poco más de la cuenta, el objetivo del presente artículo fue desde un principio el problematizar la respuesta que da el Doctor en Filosofía Agustín Echevarría a la cuestión que estamos tratando el día de hoy. A lo largo de su video, se dedica a tratar muy por encima algunas de las objeciones que ya desarrollé anteriormente, culminando su exposición con un argumento que él considera que es la solución al problema del libre albedrío y la omnisciencia divina. Sin embargo, y pese a que no pretendo realizar una crítica absolutamente definitiva contra su postura, sí que creo que lo que plantea quizás no resuelve la cuestión de una manera tan clara como él lo propone.

 

Primero, vamos a explicar cuál es el argumento en cuestión para poder analizarlo. El docente, escritor y conferencista especializado en temas de teología, apologética y economía Dante Urbina, en su libro ¿Dios existe? El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, realiza una buena y breve formulación de esta misma objeción, y la desarrolla de la siguiente manera:


“Pero aquí alguno podrá objetar: ‘Oh, bueno, pero con el caso de Dios es diferente porque él conoce todas las cosas desde antes que sucedan’. Aquí la clave del problema está en la palabra ‘desde antes’. Sucede que con tal tipo de cláusula se está diciendo como que el conocimiento de Dios es algo que se desarrolla en el tiempo conforme a un esquema de pasado-presente-futuro respecto de distintas cosas. Pero no es así pues Dios y su conocimiento, que se identifica con su ser, no está ni existe en el tiempo sino de modo trascendente al tiempo. A diferencia de lo que sucede con nuestros procesos cognitivos, Dios ‘ve las cosas simultánea y no sucesivamente’. Así que Dios no conoce en un ‘antes’ en el sentido temporal sino que desde su conocimiento eterno abarca en un solo acto todos los sucesos temporales”.


Esta objeción es esencialmente correcta para oponerse a la formulación del argumento que presenté al principio de este artículo -al negar las premisas 4 y 5-, que es la que se utiliza de forma más frecuente, aunque quizás en términos menos formales, para intentar atacar a ciertas religiones. No obstante, me parece legítimo dudar de que esta respuesta baste para resolver el problema que se pretende plantear en un primer lugar. Diría que, con el siguiente experimento mental, podemos problematizar la idea de que sea relevante si el conocimiento de Dios se da en el presente respecto del futuro o si, caso contrario, se da en un marco de atemporalidad.



4.1. El experimento de la verdulería


Esto debe ser aclarado: Agustín Echevarría acepta que es problemático el que puedan coexistir el conocimiento divino sobre las acciones contingentes futuras y el libre albedrío, y es por eso que yo estoy tomando tal premisa como válida, para intentar demostrar cómo, de mantenerse en tal postura, uno acaba teniéndose que enfrentar a ciertos problemas filosóficos que resultan, cuanto menos, complicados de resolver.


Ahora bien, supóngase el caso de un verdulero que trabaja todos los días en su verdulería. Entonces, comienza la semana del verdulero, y el lunes vende dieciséis tomates, mientras que el martes vende solo nueve. En este caso, podemos afirmar sin lugar a dudas que tanto el acto del verdulero de vender los tomates como el de sus clientes de comprarlos son igualmente libres, dado que podrían haber elegido no hacerlo. Entonces, sus decisiones fueron contingentes, y nos hallamos frente a un escenario en el que sí que hay libre albedrío. Dios, mientras tanto, estaría en todo momento conociendo cuántos tomates iban a venderse cada día. Sin embargo, la condición de libre de estas acciones no se ve afectada por esto último, ya que Dios conoce las cantidades que se venden dentro de su eterno presente, donde él ve todas las acciones -pasado, presente y futuro- de manera simultánea como ya finalizadas. Y, si le concedemos validez a la premisa sobre la que se sustenta la respuesta que se basa en el distinto marco temporal de Dios, entonces solo hay una carencia de libre albedrío en una acción cuando tal acción se pre-conoce. Es decir, si Dios existiese temporalmente el lunes, y supiera cuánto va a vender el verdulero el martes, las acciones de los compradores y la cantidad de tomates que se vendería estaría determinada, y ahí no habría libe albedrío -de nuevo, aceptando la premisa antes mencionada-. Sin embargo, esto no se da y, por tanto, podemos excluir la posibilidad de que exista algún tipo de pre-ciencia en este caso.


Ahora, pensemos en este mismo escenario, pero con un pequeño añadido. Por la noche del lunes, el vecino del verdulero -llamémosle Tomás- tiene una experiencia sobrenatural que involucra a Dios hablándole. Dios, por razones misteriosas, le revela a Tomás la cantidad de tomates que serán vendidos el martes. Este caso es absolutamente posible, en tanto que a) sabemos que Dios tiene un conocimiento claro sobre la cantidad de tomates que se venderán cada día, dada su omnisciencia, b) tanto en la Biblia como en el Corán Dios se ha comunicado con los seres humanos en muchas ocasiones, y c) en su omnipotencia, sería capaz de hacerlo si así lo desea. Siguiendo con el ejemplo: supongamos que Tomás se va a dormir, y se levanta el martes por la mañana. Sin embargo, no está seguro de si realmente habló con Dios la noche anterior o si solo fue un sueño. Entonces, ni bien la verdulería abre sus puertas, Tomás se acerca y se queda observándola toda la tarde. Ve a la gente entrar y salir, llevando distintos productos. Al final del día, cuenta la cantidad de tomates que se vendieron y, efectivamente, se vendieron nueve tomates, como Dios le había dicho la noche anterior. 



4.2. Implicaciones metafísicas


Aquí nos hallamos frente a un caso claro de pre-ciencia, o pre-conocimiento por parte de Tomás. No es meramente Dios, en su marco temporal distinto al nuestro, conociendo las verdades contingentes como ya finalizadas, sino que se trata de una persona de carne y hueso, situada en un momento determinado del tiempo, conociendo verdades contingentes del futuro antes de que estas efectivamente sucedan. Entonces, alguno podría decir que en este caso no hay libre albedrío. No obstante, si analizamos el escenario, podemos preguntarnos ‘¿qué ha cambiado entre el primer ejemplo y el segundo?’, y la respuesta es que nada, absolutamente nada más que el conocimiento de Tomás sufrió una alteración entre ambos casos. Tanto las acciones del verdulero como de los compradores se mantuvieron iguales, tanto en motivación, como en ejecución. Lo que cambió fue un elemento externo a ellos. Entonces, a la luz de esto, parece absurdo afirmar que, de repente, el libre albedrío desapareció por arte de magia solo porque haya existido un preconocimiento por parte de un agente externo. Se sigue de aquí, creo yo, que la existencia de pre-conocimiento de las acciones humanas contingentes no es en modo alguno relevante para la existencia del libre albedrío -contrario a lo que propugna el Prof. Echevarría-. Así es como, si en el primer caso había libre albedrío, también lo habrá en el segundo, y viceversa, por lo que resulta irrelevante si el conocimiento se da en forma de pre-ciencia o si se da en un marco temporal distinto, como ocurriría en el primer caso. Sencillamente, no importa en absoluto.


Por otro lado, alguien podría pensar que el experimento mental no aplica porque el segundo caso podría ser metafísicamente imposible. Podría plantearse, siguiendo con esto, que Dios estaría limitado de tal modo que le fuera imposible ejecutar el tipo de acciones que desencadenan en contradicciones o absurdos. Sin embargo, defender esta postura es, a mí parecer, altamente problemático y comprometedor para cualquier teísta, no solo porque suponga afirmar una falta de poder en Dios, sino también, y con más razón, porque hablamos específicamente de una falta de poder que supone una incapacidad de decir la verdad. Esto parece contrario a su naturaleza omnipotente y estrechamente relacionada, sino idéntica, a la verdad (“Yo soy el camino, la verdad y la vida” - Juan 14:6).



5. Conclusiones finales


Como ya expliqué más arriba, mi intención no es la de refutar o desmentir todo lo dicho por Agustín. Lo que pretendo, en cambio, es desarrollar un posible problema que puede emerger de su respuesta, y que quizás no haya sido tenido en cuenta. De todos modos, de ser correcta mi tesis, eso no significaría que el problema de la omnisciencia y el libre albedrío sea absolutamente verdadero, y que el cristianismo haya sido refutado. Para mí, se puede sin ningún problema impugnar el argumento negando la segunda premisa, y sin necesidad de, al menos a priori, comprometerse con posturas demasiado complicadas, discutibles o que puedan ocasionar más incógnitas que certezas.


Cualquier persona que quiera refutar mi argumento es libre de enviarme un correo a grivascontacto@gmail.com. También es posible dejar un comentario en mi blog personal: rcompendium.blogspot.com.

lunes, 25 de octubre de 2021

El argumento ontológico a examen


Actualizado por última vez el 27/10/2021
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A lo largo de la historia del pensamiento, las posturas teístas han buscado distintas maneras de justificarse no solo mediante la fe, sino también a través de la razón, haciendo uso de varios argumentos que pretenden probar la existencia de aquel ser eterno, todopoderoso y creador de todas las naturalezas distintas de sí mismo al que denominamos Dios.


En el presente artículo centraré mi atención en el que es, sin duda alguna, el argumento teísta que más formulaciones ha tenido a lo largo de la historia, y que ha pasado por las plumas de innumerables filósofos, que se han posicionado tanto a favor como en contra del mismo: desde San Anselmo hasta Bertrand Russell, pasando por matemáticos como Kurt Gödel, o pensadores de gran renombre como Hegel, Schopenhauer, Descartes, Leibniz, Kant, Frege, o hasta el mismísimo Santo Tomás de Aquino.

Sin embargo, a efectos de no extenderme demasiado, dedicaré este escrito exclusivamente a analizar la que, probablemente, pueda ser considerada como la versión más popular del argumento, a saber, la formulación de San Anselmo de Canterbury, desarrollada por primera vez en su Proslogion. También es muy famoso el argumento que desarrolló el racionalista René Descartes en la quinta de sus famosas Meditaciones metafísicas, pero, en tanto que se basa en presupuestos similares, pero menos desarrollados, considero que dedicarme a refutarlo sería una pérdida de tiempo, dado que solo repetiría lo que ya le fue objetado a la versión de Anselmo.


El argumento ontológico


Según la clasificación kantiana, un argumento ontológico es todo aquel que pretenda demostrar a priori -es decir, independientemente de la experiencia- la existencia de Dios, basándose única y exclusivamente en la misma esencia o concepto de la palabra Dios.

La versión clásica del argumento tiene mucha popularidad entre teístas, aunque no parece ser eficaz en los debates, dado que no resulta efectivo a los fines de convencer a ateos o agnósticos.


Y es que ocurre algo cuanto menos curioso: a primera vista, y para las mentes más inexpertas, no parece haber error lógico alguno en el argumento. Sin embargo, rara es la ocasión en la que el escéptico, luego de oírlo y no hallar ninguna contradicción o error, acepte su veracidad y exclame “Es cierto, ¡Dios existe!”, porque el argumento, en primer lugar, parece ir en contra de la más básica intuición y, aunque no entendamos del todo por qué, nuestra mente lo rechaza a primera vista. 


No obstante, contrario a lo que puede pensarse, la razón por la cual no parece haber ningún error lógico evidente en el argumento no es que, en efecto, no lo haya, sino que dentro del mismo se oculta una falacia muy bien disimulada, y se requiere de inteligencia, tiempo y perspicacia para poder sacarla a la luz. Fue por tal motivo que el argumento ontológico llamó mi atención en primer lugar, y me dediqué durante algún tiempo a investigar y reflexionar sobre el mismo.


El argumento ontológico de Anselmo de Canterbury


El argumento de San Anselmo se puede estructurar de la siguiente manera:


  1. Definimos a Dios como “el ser más perfecto en el que puede pensarse”

  2. En tanto que podemos pensar en esta idea, Dios existe como una idea en la mente.

  3. Un ser perfecto que existe en la mente y en la realidad es más perfecto que uno que solo existe en la mente, pero no en la realidad.

  4. Entonces, si Dios existe solo en la mente como una idea, es posible imaginar algo más grande y perfecto que Dios, a saber, un Dios que exista tanto en la mente como en la realidad.

  5. Sin embargo, resulta absurdo intentar pensar en algo más grande y perfecto que Dios mismo, en tanto que lo definimos como “el ser más grande y perfecto en el que puede pensarse”.

  6. Por tanto, Dios necesariamente existe.

Una vez desarrollado el argumento, doy inicio al análisis del mismo en el siguiente punto.

 

¿Todos entendemos lo mismo cuando se habla de Dios? Significado y significante

 

Alguien podría plantear la siguiente objeción: “Ocurre que no todas las personas relacionan a la palabra Dios con el concepto de El ser del cual nada más grande puede imaginarse”, o “No se ha demostrado que tal definición corresponda de forma acertada a la palabra Dios”. No obstante, este razonamiento carece de validez, dado que, a efectos de lo que se intenta demostrar con el argumento ontológico, es indiferente si nos referimos al concepto de “El ser del cual nada más grande puede imaginarse” con el término Dios, God, o cualquier otro conjunto de letras. 

 

Que la palabra Dios signifique tal concepto es una mera verdad pragmática o de uso; en ningún momento pretenden los defensores del argumento establecer una relación de verdad o correspondencia metafísica entre ambas cosas. En síntesis, lo relevante aquí es el significado y no el significante; el concepto y no la palabra que lo significa, ya que para la realización satisfactoria del argumento solo es necesario que aceptemos que tal idea puede ser concebida en la mente, independientemente de con qué conjunto de caracteres nos refiramos a ella.

 

El error del argumento ontológico

 

Para entender por qué el argumento ontológico es un sinsentido de pies a cabeza, primero debemos diferenciar la noción de Juicio universal evidente de suyo de la de Juicio existencial afirmativo

 

Este último, como bien indica su nombre, se trata, ni más ni menos, de una proposición que afirma la existencia de algo en el plano de la realidad. Sin embargo, como demostraré a continuación, la conclusión a la que se llega a partir del argumento ontológico no puede entrar dentro de esta categoría, sino que, más bien, es un juicio universal evidente de suyo.

 

En el caso de este tipo de juicios, se trata siempre de un juicio a priori, que establece una verdad absoluta, pero siempre relativa a la cosa en cuestión, aunque de forma meramente hipotética y negativa. Estos juicios, por ser necesarios, son siempre correctos, aunque no nos dicen nada sobre la realidad material o el ser como cosa existente en sí. Por ejemplo, si yo digo "Los solteros no están casados", estoy hablando de un juicio a priori, universal y necesario, extraído de los mismos conceptos de soltero y casado, pero que no me dice nada sobre la existencia de los solteros en la realidad. Podría no existir ni una persona soltera en el mundo y aun así tal afirmación seguiría siendo correcta e indubitablemente cierta. Esto se debe a que cuando decimos “Los solteros no están casados” lo que realmente estamos enunciando es “ningún soltero está casado”, es decir, un juicio negativamente existencial; que no afirma realidades, sino que solo niega posibilidades. 

 

Esto es así del mismo modo en que al enunciar el principio de identidad como “A es A” no estamos realmente afirmando que el concepto o la cosa A tenga una existencia ontológica en la realidad, sino que estamos afirmando, más bien, que “no hay, ni puede haber, A que no sea A”, que sería el principio de no contradicción. Es por eso que todo juicio apodíctico es necesariamente hipotético y condicional, sin verse afectada su validez por si la cosa sobre la que se realiza tal juicio efectivamente existe o no.

 

Lo mismo ocurre con el argumento ontológico. Al afirmar que Dios es en su primer axioma, ya está, quien enuncia el argumento, preparando el terreno para introducir su trampa lógica, pretendiendo que, al demostrarnos que Dios sea algo como concepto, entonces también tenga que serlo como ente real, lo que es un grave error lógico, en tanto que el ser por definición y el ser por existencia son cosas separadas y distintas, aunque se utilice la misma palabra para designarlas. A esta aberración lógica se la conoce como falacia de equívoco o, si queremos ponernos exquisitos, paralogismo por equivocidad.

 

Como mucho, el argumento ontológico podría demostrar el carácter necesario de la cualidad de la existencia en Dios: es decir, que si Dios existe, entonces su existencia no puede ser de carácter meramente contingente o casual, sino que debe ser necesaria, esto es, que no pudo haber sido de otra manera. Sin embargo, primero hay que demostrar que, efectivamente, Dios existe.

 

Además, pese a que un ser que solo es imaginado no exista en el mundo real, puede ser discutido si el plano en el que este exista altera en modo alguno su esencia. Si respondemos que no, posibilidad que, a mi parecer, no puede ser descartada tan fácilmente, entonces un Dios que existe en la mente es, en su esencia, tan existente como roja es una frutilla que imaginamos, pero que no podemos hallar en la realidad. Es decir, podemos imaginar a un Dios que exista, y este Dios imaginario tendría en su esencia, junto con muchas otras características, a la existencia, dado que lo imaginamos como existente, y no como inexistente.

 

El argumento de los perfectos ejecutores

 

Habrá quienes no hayan entendido mi refutación o que, por el motivo que sea, no estén de acuerdo con la misma. Sin embargo, no han de preocuparse, dado que también puede hacerse evidente la falsedad del argumento ontológico mediante el método de reducción al absurdo. Es decir, demostrando cómo, de seguir su mismo razonamiento, pero aplicándolo a otras cosas, nos vemos obligados a tener que aceptar conclusiones que resultan descabelladas.

 

Este es el Argumento de los perfectos ejecutores efectivos. Se basa en la idea de seres imaginarios que pueden ser concebidos realizando de forma perfecta y efectiva ciertas tareas que, o bien son imposibles, o resultan en absurdos o realidades que son evidentemente falsas. Veamos cómo se estructura:


  1. Podemos pensar en la idea de un perfecto ejecutor efectivo de x tarea. Entonces, este ser existe y actúa en nuestra mente.

  2. Es obvio que un perfecto ejecutor efectivo de x tarea es más perfecto en su línea si efectivamente ejecuta sus acciones en la vida real que si lo hace solo en la mente. 

  3. Entonces, si este perfecto ejecutor efectivo solo ejecuta sus acciones en la mente, es posible imaginar un perfecto ejecutor efectivo de x tarea que sea más perfecto que él, a saber, un perfecto ejecutor efectivo que ejecute sus acciones en la mente y también en la realidad.

  4. Sin embargo, resulta absurdo intentar pensar en un ejecutor efectivo que sea, en su línea, más perfecto que el perfecto ejecutor efectivo, en tanto que lo perfecto no posee ninguna imperfección, y no puede ser mejorado.

  5. Por tanto, el perfecto ejecutor efectivo de x tarea existe.

Ahora, para que este argumento surta efecto, solo hace falta reemplazar “x tarea” por alguna cosa como “quemador de todos los árboles”. Los defensores del argumento ontológico, según su mismo razonamiento, también deberían aceptar que en el mundo no queda ni un solo árbol sin quemar, en tanto que se demostró la existencia del perfecto quemador efectivo de todos los árboles, que en su perfección como quemador de árboles ya debería haberlos quemado a todos.

 

Ahora podría aparecer algún ultra-racionalista o solipsista que pretenda aferrarse irracionalmente al argumento ontológico y objetase que, a pesar de lo que percibimos mediante los sentidos, siempre deben primar las verdades a priori por sobre el conocimiento obtenido de la experiencia. Es decir, que realmente sí están quemados todos los árboles, pero nuestros sentidos nos engañan, o que los árboles que vemos no son verdaderos árboles, o alguna cosa por el estilo.

 

Para refutar a estas personas, es tan fácil como cambiar “perfecto quemador efectivo de árboles” por “perfecto exterminador efectivo de solipsistas” o “perfecto exterminador efectivo de defensores a ultranza del argumento ontológico”. Resulta que ni los mismos solipsistas pueden dudar de su propia existencia, y mucho menos intentar negarla, a menos que pretendan hacer el ridículo intentando cuestionar el axioma cartesiano. 

 

También puede hablarse de un “perfecto eliminador efectivo de la verdad”, y si tal ser existe, entonces puede decirse que es verdadero que tal ser existe, y, si algo es verdadero, entonces la verdad existe, pero al mismo tiempo, por lo dicho anteriormente, deberíamos aceptar que no existe -en tanto que el perfecto eliminador de la verdad es real y en su perfección como eliminador de la verdad ya debería de, efectivamente, haberla eliminado-, lo cual nos lleva a un evidente absurdo lógico.


lunes, 21 de junio de 2021

Santo Tomás y la eternidad del mundo: ¿Puede un universo eterno haber sido creado?

 

Editado por última vez el 30/4/2022
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¿Es el universo eterno o, por el contrario, tuvo un comienzo? Esta es una pregunta que, a lo largo de la historia, intentó ser respondida por una innumerable cantidad de filósofos y científicos y de la que, a día de hoy, estamos muy lejos de obtener un consenso al respecto dentro de la academia.

Sin embargo, más que dar una solución definitiva a la disputa, en este artículo me limitaré a exponer el pensamiento de uno de los filósofos más importantes no solo de la Edad Media, sino de toda la historia, con respecto a este tema tan complejo y trascendental. Santo Tomás de Aquino, en algunos capítulos de la Suma contra los gentiles y de su obra magna, la Suma teológica, en vez de intentar responder a esta pregunta, se dedica a explicar por qué resulta de por sí de por sí absurdo intentar dilucidar tal respuesta a través de la pura razón, prescindiendo de la fe, y mantenía una fuerte oposición a la posibilidad de demostrar una cosa o la otra a través de medios filosóficos.

Ahora quizás a muchos les haya surgido una duda más que razonable a primera vista: ¿Cómo puede ser que Tomás de Aquino, quien profesaba la religión Católica, que sostiene la existencia de un Dios subsistente y creador de todas las naturalezas distintas de sí mismo, pueda decir que no es posible conocer con certeza que el universo sea eterno?

Es decir, de ser eterno el universo, entonces no pudo ser creado, dado que aquello que es eterno no tiene un comienzo ni un final, y el ser creado significa necesariamente un comienzo en la existencia, porque, como resulta evidente, aquello que es creado no existía antes de serlo, y lo eterno no pudo no haber existido. Y, si el universo es eterno y no creado, entonces Dios no es creador de todo lo existente, en tanto que ha coexistido algo en la eternidad junto a él que no ha sido creado por él.

Sin embargo, se nos expone cómo, en las propias palabras de Tomás, esta objeción es digna de quienes, ignorando muchas cosas, y teniendo en cuenta solo unas pocas, deducen fácilmente conclusiones. En síntesis: es un error intelectual grosero.

Si es admisible que exista un ser que cumpla con los atributos del Dios católico, entonces no resulta para nada problemático que algo haya sido creado y a su vez sea eterno. Sostener lo contrario es un error producto de intentar sobrehumanizar a lo divino, y aplicar a Dios características y límites que no le son propios. Les ruego, queridos lectores, apártense por un momento del campo de lo cotidiano, y realicen un ejercicio filosófico de lógica pura a fin de poder llegar a la verdad sobre esta cuestión.

Partimos de la base de que Dios es un ser que posee ciertas características: eternidad, inmaterialidad, omnipotencia, inmutabilidad, personalidad… Entonces, Dios es eterno y tiene voluntad, y al ser él todo inmutable, su voluntad también lo es. Es decir, que su voluntad es también eterna, y que, desde siempre. ha sido la misma.

Además de esto, Dios es un ser omnipotente, es decir, absolutamente poderoso. Lo es tanto como para ser capaz de traer algo de la nada y, como bien sabemos, el no ser no puede ser en potencia, ya que la potencialidad es exclusiva de aquello que ya es algo en acto. Esta voluntad inmutable de Dios puede ser la de crear un universo eterno, y al ser Dios omnipotente, este podría cumplirla.

Sin embargo, soy muy consciente de que ni siquiera la omnipotencia de Dios puede escapar de las leyes de la lógica. Por ejemplo, Dios sería incapaz de crear un círculo cuadrado o un soltero casado, y también de cometer actos que van en contra de su propia naturaleza, como mentir o hacer el mal. Entonces, ¿es lógicamente admisible la idea de un universo eterno que, a su vez, haya sido creado? La respuesta del Aquinate es un rotundo , y es aquí donde entra en juego lo que mencioné anteriormente sobre la sobrehumanización de lo divino.

La primera objeción que podría plantearse es que, necesariamente, toda causa antecede a su efecto. No obstante, esto no tiene por qué ser así, y puede ser probado tanto por medio de la inducción como de la deducción lógica, dado que, en el momento en que se supone existir una cosa, se puede también suponer un comienzo de su acción. En este caso, Tomás nos da los ejemplos de cómo, en el momento en el que empieza a existir el fuego, puede suponerse también el inicio de la existencia de la calefacción, que es efecto del fuego, o cómo en cuánto se enciende una luz, se da inmediatamente la iluminación. Sin embargo, debo matizar esto, dado que, a día de hoy, sabemos que la iluminación y el calor sí ocurren mediante procesos temporales basados en el movimiento y, por tanto, estos ejemplos no son válidos. Igualmente, puede darse el ejemplo del libro que es sostenido por el estante, y este último es sostenido por el suelo, y así sucesivamente. Esta es una serie causal inmediata y no basada en el movimiento.

Como es evidente, aquellas causalidades basadas en el movimiento sí que requieren tiempo para ser realizadas, como nos indica Santo Tomás.

Entonces, ahora queda por responder a la siguiente pregunta: ¿Requiere la creación divina de tiempo para ser llevada a cabo o, en cambio, es susceptible de ser realizada instantáneamente?

Puede parecer, a primera vista, razonable que todo ser que actúe por voluntad requiera de tiempo para ejercer esta voluntad. Sin embargo, esta presuposición surge de un engaño a la intuición, dado que aquello que demora el proceso de la acción no es la voluntad en sí, sino ciertas características que le son intrínsecas a todo ser finito que además posea voluntad: Los seres finitos deben hacer uso de su deliberación y del movimiento de su cuerpo para poder actuar, y es por esto que el tiempo es requerido, no por otra cosa. No obstante, en el caso de Dios no es necesario que la voluntad preceda al ejercicio de la misma, dado que él, en tanto que su voluntad es inmutable, no obra por deliberación; en tanto que todo lo sabe, tiene el máximo conocimiento de cómo lograr su objetivo y; en tanto que todo lo puede, es capaz de hacerlo con la máxima eficacia.

Incluso San Agustín de Hipona, quien atacó en parte de su obra con diversos argumentos a la idea de la eternidad del universo, tomaba este argumento como inválido. Nos dice el filósofo, en el libro décimo, capítulo 31 de La ciudad de Dios, hablando de los platónicos: “Pues así dicen— como si el pie hubiera estado siempre en el polvo desde la eternidad, siempre hubiera habido una huella debajo de él; la cual huella, sin embargo, nadie dudaría que hubiera sido hecha por el que pisa ni diría que una cosa es anterior a otra, aunque haya sido creada por la otra; así no solamente el mundo, sino también los dioses fueron en él creados desde siempre, a la par que existe desde siempre quien los hizo; y, sin embargo, fueron hechos.” Y, pese a contrariar a la tesis de la eternidad del universo, Agustín en ningún momento, según nos dice Tomás, afirma que esta idea sea inconsistente o ilógica, ni que repugne al entendimiento de modo alguno.

La analogía de la huella en el polvo es perfecta para el tema en cuestión, y estoy seguro de que fue esto en particular lo que a muchos los terminó de ayudar a entenderlo. Y es que es propio del pie dejar una huella en la arena sobre la que se posa, así como es propio de Dios el ejercer siempre y en todo lugar su eterna e inmutable voluntad.

Para finalizar con este artículo, trataré también la respuesta que da Tomás a quienes intentan refutar la eternidad del universo basándose en un argumento inductivo sobre la duración de las criaturas. Sería algo así: “Sabemos que todo lo que vemos y conocemos tiene un comienzo, o es necesario que lo tenga. Por tanto, el universo también ha de tener un comienzo”.

El Aquinate despacha esta objeción en un par de páginas, contraargumentando más o menos lo siguiente:

Primero que nada, de ser correctas sus premisas, no se sigue de allí la conclusión de que el universo, entendiéndolo a este como la integridad de la realidad en sí, es decir, el plano sobre el cual se posan las cosas, necesariamente haya tenido un comienzo. Como mucho, podría llegar a demostrar — que ni siquiera lo hace de manera satisfactoria — que es probable que el universo haya tenido un comienzo, pero solo eso. Sería un argumento meramente probabilístico, con escaso valor probatorio real.  

Y la segunda es una respuesta, a mi parecer, bastante obvia: La voluntad de Dios puede ser la de un universo que exista desde siempre, pero unas criaturas que existan desde determinado momento. Y, creo yo, no hay contraargumento posible que pueda ser objetado a esto, dado que a) la inmutabilidad divina no significa que Dios haya querido que siempre x, sino que siempre haya querido x. Es decir, no tiene por qué haber querido que siempre existan las criaturas, y pudo haber querido siempre que existan las criaturas, pero que solo lo hagan a partir de un determinado momento — como es evidente, tal momento se corresponde con en el que han sido creadas —, siendo esto parte de su voluntad, y b) tampoco es posible que Dios haya creado a las criaturas porque estas sean necesarias para su existencia, dado que él es necesario por sí mismo, así que creo que este tema queda también zanjado.


Fuentes:

- Suma contra los gentiles, Libro II, Capítulos XXXI, XXXII, XXXIII, Tomás de Aquino.

- De aeternitate mundi contra murmurantes, Tomás de Aquino.


Omnisciencia y libre albedrío: apuntes a las objeciones y respuesta a Agustín Echevarría

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