lunes, 21 de junio de 2021

Santo Tomás y la eternidad del mundo: ¿Puede un universo eterno haber sido creado?

 

Editado por última vez el 30/4/2022
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¿Es el universo eterno o, por el contrario, tuvo un comienzo? Esta es una pregunta que, a lo largo de la historia, intentó ser respondida por una innumerable cantidad de filósofos y científicos y de la que, a día de hoy, estamos muy lejos de obtener un consenso al respecto dentro de la academia.

Sin embargo, más que dar una solución definitiva a la disputa, en este artículo me limitaré a exponer el pensamiento de uno de los filósofos más importantes no solo de la Edad Media, sino de toda la historia, con respecto a este tema tan complejo y trascendental. Santo Tomás de Aquino, en algunos capítulos de la Suma contra los gentiles y de su obra magna, la Suma teológica, en vez de intentar responder a esta pregunta, se dedica a explicar por qué resulta de por sí de por sí absurdo intentar dilucidar tal respuesta a través de la pura razón, prescindiendo de la fe, y mantenía una fuerte oposición a la posibilidad de demostrar una cosa o la otra a través de medios filosóficos.

Ahora quizás a muchos les haya surgido una duda más que razonable a primera vista: ¿Cómo puede ser que Tomás de Aquino, quien profesaba la religión Católica, que sostiene la existencia de un Dios subsistente y creador de todas las naturalezas distintas de sí mismo, pueda decir que no es posible conocer con certeza que el universo sea eterno?

Es decir, de ser eterno el universo, entonces no pudo ser creado, dado que aquello que es eterno no tiene un comienzo ni un final, y el ser creado significa necesariamente un comienzo en la existencia, porque, como resulta evidente, aquello que es creado no existía antes de serlo, y lo eterno no pudo no haber existido. Y, si el universo es eterno y no creado, entonces Dios no es creador de todo lo existente, en tanto que ha coexistido algo en la eternidad junto a él que no ha sido creado por él.

Sin embargo, se nos expone cómo, en las propias palabras de Tomás, esta objeción es digna de quienes, ignorando muchas cosas, y teniendo en cuenta solo unas pocas, deducen fácilmente conclusiones. En síntesis: es un error intelectual grosero.

Si es admisible que exista un ser que cumpla con los atributos del Dios católico, entonces no resulta para nada problemático que algo haya sido creado y a su vez sea eterno. Sostener lo contrario es un error producto de intentar sobrehumanizar a lo divino, y aplicar a Dios características y límites que no le son propios. Les ruego, queridos lectores, apártense por un momento del campo de lo cotidiano, y realicen un ejercicio filosófico de lógica pura a fin de poder llegar a la verdad sobre esta cuestión.

Partimos de la base de que Dios es un ser que posee ciertas características: eternidad, inmaterialidad, omnipotencia, inmutabilidad, personalidad… Entonces, Dios es eterno y tiene voluntad, y al ser él todo inmutable, su voluntad también lo es. Es decir, que su voluntad es también eterna, y que, desde siempre. ha sido la misma.

Además de esto, Dios es un ser omnipotente, es decir, absolutamente poderoso. Lo es tanto como para ser capaz de traer algo de la nada y, como bien sabemos, el no ser no puede ser en potencia, ya que la potencialidad es exclusiva de aquello que ya es algo en acto. Esta voluntad inmutable de Dios puede ser la de crear un universo eterno, y al ser Dios omnipotente, este podría cumplirla.

Sin embargo, soy muy consciente de que ni siquiera la omnipotencia de Dios puede escapar de las leyes de la lógica. Por ejemplo, Dios sería incapaz de crear un círculo cuadrado o un soltero casado, y también de cometer actos que van en contra de su propia naturaleza, como mentir o hacer el mal. Entonces, ¿es lógicamente admisible la idea de un universo eterno que, a su vez, haya sido creado? La respuesta del Aquinate es un rotundo , y es aquí donde entra en juego lo que mencioné anteriormente sobre la sobrehumanización de lo divino.

La primera objeción que podría plantearse es que, necesariamente, toda causa antecede a su efecto. No obstante, esto no tiene por qué ser así, y puede ser probado tanto por medio de la inducción como de la deducción lógica, dado que, en el momento en que se supone existir una cosa, se puede también suponer un comienzo de su acción. En este caso, Tomás nos da los ejemplos de cómo, en el momento en el que empieza a existir el fuego, puede suponerse también el inicio de la existencia de la calefacción, que es efecto del fuego, o cómo en cuánto se enciende una luz, se da inmediatamente la iluminación. Sin embargo, debo matizar esto, dado que, a día de hoy, sabemos que la iluminación y el calor sí ocurren mediante procesos temporales basados en el movimiento y, por tanto, estos ejemplos no son válidos. Igualmente, puede darse el ejemplo del libro que es sostenido por el estante, y este último es sostenido por el suelo, y así sucesivamente. Esta es una serie causal inmediata y no basada en el movimiento.

Como es evidente, aquellas causalidades basadas en el movimiento sí que requieren tiempo para ser realizadas, como nos indica Santo Tomás.

Entonces, ahora queda por responder a la siguiente pregunta: ¿Requiere la creación divina de tiempo para ser llevada a cabo o, en cambio, es susceptible de ser realizada instantáneamente?

Puede parecer, a primera vista, razonable que todo ser que actúe por voluntad requiera de tiempo para ejercer esta voluntad. Sin embargo, esta presuposición surge de un engaño a la intuición, dado que aquello que demora el proceso de la acción no es la voluntad en sí, sino ciertas características que le son intrínsecas a todo ser finito que además posea voluntad: Los seres finitos deben hacer uso de su deliberación y del movimiento de su cuerpo para poder actuar, y es por esto que el tiempo es requerido, no por otra cosa. No obstante, en el caso de Dios no es necesario que la voluntad preceda al ejercicio de la misma, dado que él, en tanto que su voluntad es inmutable, no obra por deliberación; en tanto que todo lo sabe, tiene el máximo conocimiento de cómo lograr su objetivo y; en tanto que todo lo puede, es capaz de hacerlo con la máxima eficacia.

Incluso San Agustín de Hipona, quien atacó en parte de su obra con diversos argumentos a la idea de la eternidad del universo, tomaba este argumento como inválido. Nos dice el filósofo, en el libro décimo, capítulo 31 de La ciudad de Dios, hablando de los platónicos: “Pues así dicen— como si el pie hubiera estado siempre en el polvo desde la eternidad, siempre hubiera habido una huella debajo de él; la cual huella, sin embargo, nadie dudaría que hubiera sido hecha por el que pisa ni diría que una cosa es anterior a otra, aunque haya sido creada por la otra; así no solamente el mundo, sino también los dioses fueron en él creados desde siempre, a la par que existe desde siempre quien los hizo; y, sin embargo, fueron hechos.” Y, pese a contrariar a la tesis de la eternidad del universo, Agustín en ningún momento, según nos dice Tomás, afirma que esta idea sea inconsistente o ilógica, ni que repugne al entendimiento de modo alguno.

La analogía de la huella en el polvo es perfecta para el tema en cuestión, y estoy seguro de que fue esto en particular lo que a muchos los terminó de ayudar a entenderlo. Y es que es propio del pie dejar una huella en la arena sobre la que se posa, así como es propio de Dios el ejercer siempre y en todo lugar su eterna e inmutable voluntad.

Para finalizar con este artículo, trataré también la respuesta que da Tomás a quienes intentan refutar la eternidad del universo basándose en un argumento inductivo sobre la duración de las criaturas. Sería algo así: “Sabemos que todo lo que vemos y conocemos tiene un comienzo, o es necesario que lo tenga. Por tanto, el universo también ha de tener un comienzo”.

El Aquinate despacha esta objeción en un par de páginas, contraargumentando más o menos lo siguiente:

Primero que nada, de ser correctas sus premisas, no se sigue de allí la conclusión de que el universo, entendiéndolo a este como la integridad de la realidad en sí, es decir, el plano sobre el cual se posan las cosas, necesariamente haya tenido un comienzo. Como mucho, podría llegar a demostrar — que ni siquiera lo hace de manera satisfactoria — que es probable que el universo haya tenido un comienzo, pero solo eso. Sería un argumento meramente probabilístico, con escaso valor probatorio real.  

Y la segunda es una respuesta, a mi parecer, bastante obvia: La voluntad de Dios puede ser la de un universo que exista desde siempre, pero unas criaturas que existan desde determinado momento. Y, creo yo, no hay contraargumento posible que pueda ser objetado a esto, dado que a) la inmutabilidad divina no significa que Dios haya querido que siempre x, sino que siempre haya querido x. Es decir, no tiene por qué haber querido que siempre existan las criaturas, y pudo haber querido siempre que existan las criaturas, pero que solo lo hagan a partir de un determinado momento — como es evidente, tal momento se corresponde con en el que han sido creadas —, siendo esto parte de su voluntad, y b) tampoco es posible que Dios haya creado a las criaturas porque estas sean necesarias para su existencia, dado que él es necesario por sí mismo, así que creo que este tema queda también zanjado.


Fuentes:

- Suma contra los gentiles, Libro II, Capítulos XXXI, XXXII, XXXIII, Tomás de Aquino.

- De aeternitate mundi contra murmurantes, Tomás de Aquino.


1 comentario:

  1. A lo mejor voy a decir una tontería pero que Dios y el universo fuesen eternos no querría decir que ambos fuesen igualmente eternos. El universo podría ser menos eterno que Dios y por ende tener un comienzo.

    También habría que ver las cosas desde el punto de vista de la escatología cristiana: aún si el universo fuese eterno habrá un final (el día del juicio final).

    Me ha gustado mucho este artículo y me ha hecho reflexionar. He descubierto tu blog por tu canal de youtube. ¿Porqué no tienes vídeos hablando sobre los temas que tratas en el blog?

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