lunes, 25 de octubre de 2021

El argumento ontológico a examen


Actualizado por última vez el 27/10/2021
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A lo largo de la historia del pensamiento, las posturas teístas han buscado distintas maneras de justificarse no solo mediante la fe, sino también a través de la razón, haciendo uso de varios argumentos que pretenden probar la existencia de aquel ser eterno, todopoderoso y creador de todas las naturalezas distintas de sí mismo al que denominamos Dios.


En el presente artículo centraré mi atención en el que es, sin duda alguna, el argumento teísta que más formulaciones ha tenido a lo largo de la historia, y que ha pasado por las plumas de innumerables filósofos, que se han posicionado tanto a favor como en contra del mismo: desde San Anselmo hasta Bertrand Russell, pasando por matemáticos como Kurt Gödel, o pensadores de gran renombre como Hegel, Schopenhauer, Descartes, Leibniz, Kant, Frege, o hasta el mismísimo Santo Tomás de Aquino.

Sin embargo, a efectos de no extenderme demasiado, dedicaré este escrito exclusivamente a analizar la que, probablemente, pueda ser considerada como la versión más popular del argumento, a saber, la formulación de San Anselmo de Canterbury, desarrollada por primera vez en su Proslogion. También es muy famoso el argumento que desarrolló el racionalista René Descartes en la quinta de sus famosas Meditaciones metafísicas, pero, en tanto que se basa en presupuestos similares, pero menos desarrollados, considero que dedicarme a refutarlo sería una pérdida de tiempo, dado que solo repetiría lo que ya le fue objetado a la versión de Anselmo.


El argumento ontológico


Según la clasificación kantiana, un argumento ontológico es todo aquel que pretenda demostrar a priori -es decir, independientemente de la experiencia- la existencia de Dios, basándose única y exclusivamente en la misma esencia o concepto de la palabra Dios.

La versión clásica del argumento tiene mucha popularidad entre teístas, aunque no parece ser eficaz en los debates, dado que no resulta efectivo a los fines de convencer a ateos o agnósticos.


Y es que ocurre algo cuanto menos curioso: a primera vista, y para las mentes más inexpertas, no parece haber error lógico alguno en el argumento. Sin embargo, rara es la ocasión en la que el escéptico, luego de oírlo y no hallar ninguna contradicción o error, acepte su veracidad y exclame “Es cierto, ¡Dios existe!”, porque el argumento, en primer lugar, parece ir en contra de la más básica intuición y, aunque no entendamos del todo por qué, nuestra mente lo rechaza a primera vista. 


No obstante, contrario a lo que puede pensarse, la razón por la cual no parece haber ningún error lógico evidente en el argumento no es que, en efecto, no lo haya, sino que dentro del mismo se oculta una falacia muy bien disimulada, y se requiere de inteligencia, tiempo y perspicacia para poder sacarla a la luz. Fue por tal motivo que el argumento ontológico llamó mi atención en primer lugar, y me dediqué durante algún tiempo a investigar y reflexionar sobre el mismo.


El argumento ontológico de Anselmo de Canterbury


El argumento de San Anselmo se puede estructurar de la siguiente manera:


  1. Definimos a Dios como “el ser más perfecto en el que puede pensarse”

  2. En tanto que podemos pensar en esta idea, Dios existe como una idea en la mente.

  3. Un ser perfecto que existe en la mente y en la realidad es más perfecto que uno que solo existe en la mente, pero no en la realidad.

  4. Entonces, si Dios existe solo en la mente como una idea, es posible imaginar algo más grande y perfecto que Dios, a saber, un Dios que exista tanto en la mente como en la realidad.

  5. Sin embargo, resulta absurdo intentar pensar en algo más grande y perfecto que Dios mismo, en tanto que lo definimos como “el ser más grande y perfecto en el que puede pensarse”.

  6. Por tanto, Dios necesariamente existe.

Una vez desarrollado el argumento, doy inicio al análisis del mismo en el siguiente punto.

 

¿Todos entendemos lo mismo cuando se habla de Dios? Significado y significante

 

Alguien podría plantear la siguiente objeción: “Ocurre que no todas las personas relacionan a la palabra Dios con el concepto de El ser del cual nada más grande puede imaginarse”, o “No se ha demostrado que tal definición corresponda de forma acertada a la palabra Dios”. No obstante, este razonamiento carece de validez, dado que, a efectos de lo que se intenta demostrar con el argumento ontológico, es indiferente si nos referimos al concepto de “El ser del cual nada más grande puede imaginarse” con el término Dios, God, o cualquier otro conjunto de letras. 

 

Que la palabra Dios signifique tal concepto es una mera verdad pragmática o de uso; en ningún momento pretenden los defensores del argumento establecer una relación de verdad o correspondencia metafísica entre ambas cosas. En síntesis, lo relevante aquí es el significado y no el significante; el concepto y no la palabra que lo significa, ya que para la realización satisfactoria del argumento solo es necesario que aceptemos que tal idea puede ser concebida en la mente, independientemente de con qué conjunto de caracteres nos refiramos a ella.

 

El error del argumento ontológico

 

Para entender por qué el argumento ontológico es un sinsentido de pies a cabeza, primero debemos diferenciar la noción de Juicio universal evidente de suyo de la de Juicio existencial afirmativo

 

Este último, como bien indica su nombre, se trata, ni más ni menos, de una proposición que afirma la existencia de algo en el plano de la realidad. Sin embargo, como demostraré a continuación, la conclusión a la que se llega a partir del argumento ontológico no puede entrar dentro de esta categoría, sino que, más bien, es un juicio universal evidente de suyo.

 

En el caso de este tipo de juicios, se trata siempre de un juicio a priori, que establece una verdad absoluta, pero siempre relativa a la cosa en cuestión, aunque de forma meramente hipotética y negativa. Estos juicios, por ser necesarios, son siempre correctos, aunque no nos dicen nada sobre la realidad material o el ser como cosa existente en sí. Por ejemplo, si yo digo "Los solteros no están casados", estoy hablando de un juicio a priori, universal y necesario, extraído de los mismos conceptos de soltero y casado, pero que no me dice nada sobre la existencia de los solteros en la realidad. Podría no existir ni una persona soltera en el mundo y aun así tal afirmación seguiría siendo correcta e indubitablemente cierta. Esto se debe a que cuando decimos “Los solteros no están casados” lo que realmente estamos enunciando es “ningún soltero está casado”, es decir, un juicio negativamente existencial; que no afirma realidades, sino que solo niega posibilidades. 

 

Esto es así del mismo modo en que al enunciar el principio de identidad como “A es A” no estamos realmente afirmando que el concepto o la cosa A tenga una existencia ontológica en la realidad, sino que estamos afirmando, más bien, que “no hay, ni puede haber, A que no sea A”, que sería el principio de no contradicción. Es por eso que todo juicio apodíctico es necesariamente hipotético y condicional, sin verse afectada su validez por si la cosa sobre la que se realiza tal juicio efectivamente existe o no.

 

Lo mismo ocurre con el argumento ontológico. Al afirmar que Dios es en su primer axioma, ya está, quien enuncia el argumento, preparando el terreno para introducir su trampa lógica, pretendiendo que, al demostrarnos que Dios sea algo como concepto, entonces también tenga que serlo como ente real, lo que es un grave error lógico, en tanto que el ser por definición y el ser por existencia son cosas separadas y distintas, aunque se utilice la misma palabra para designarlas. A esta aberración lógica se la conoce como falacia de equívoco o, si queremos ponernos exquisitos, paralogismo por equivocidad.

 

Como mucho, el argumento ontológico podría demostrar el carácter necesario de la cualidad de la existencia en Dios: es decir, que si Dios existe, entonces su existencia no puede ser de carácter meramente contingente o casual, sino que debe ser necesaria, esto es, que no pudo haber sido de otra manera. Sin embargo, primero hay que demostrar que, efectivamente, Dios existe.

 

Además, pese a que un ser que solo es imaginado no exista en el mundo real, puede ser discutido si el plano en el que este exista altera en modo alguno su esencia. Si respondemos que no, posibilidad que, a mi parecer, no puede ser descartada tan fácilmente, entonces un Dios que existe en la mente es, en su esencia, tan existente como roja es una frutilla que imaginamos, pero que no podemos hallar en la realidad. Es decir, podemos imaginar a un Dios que exista, y este Dios imaginario tendría en su esencia, junto con muchas otras características, a la existencia, dado que lo imaginamos como existente, y no como inexistente.

 

El argumento de los perfectos ejecutores

 

Habrá quienes no hayan entendido mi refutación o que, por el motivo que sea, no estén de acuerdo con la misma. Sin embargo, no han de preocuparse, dado que también puede hacerse evidente la falsedad del argumento ontológico mediante el método de reducción al absurdo. Es decir, demostrando cómo, de seguir su mismo razonamiento, pero aplicándolo a otras cosas, nos vemos obligados a tener que aceptar conclusiones que resultan descabelladas.

 

Este es el Argumento de los perfectos ejecutores efectivos. Se basa en la idea de seres imaginarios que pueden ser concebidos realizando de forma perfecta y efectiva ciertas tareas que, o bien son imposibles, o resultan en absurdos o realidades que son evidentemente falsas. Veamos cómo se estructura:


  1. Podemos pensar en la idea de un perfecto ejecutor efectivo de x tarea. Entonces, este ser existe y actúa en nuestra mente.

  2. Es obvio que un perfecto ejecutor efectivo de x tarea es más perfecto en su línea si efectivamente ejecuta sus acciones en la vida real que si lo hace solo en la mente. 

  3. Entonces, si este perfecto ejecutor efectivo solo ejecuta sus acciones en la mente, es posible imaginar un perfecto ejecutor efectivo de x tarea que sea más perfecto que él, a saber, un perfecto ejecutor efectivo que ejecute sus acciones en la mente y también en la realidad.

  4. Sin embargo, resulta absurdo intentar pensar en un ejecutor efectivo que sea, en su línea, más perfecto que el perfecto ejecutor efectivo, en tanto que lo perfecto no posee ninguna imperfección, y no puede ser mejorado.

  5. Por tanto, el perfecto ejecutor efectivo de x tarea existe.

Ahora, para que este argumento surta efecto, solo hace falta reemplazar “x tarea” por alguna cosa como “quemador de todos los árboles”. Los defensores del argumento ontológico, según su mismo razonamiento, también deberían aceptar que en el mundo no queda ni un solo árbol sin quemar, en tanto que se demostró la existencia del perfecto quemador efectivo de todos los árboles, que en su perfección como quemador de árboles ya debería haberlos quemado a todos.

 

Ahora podría aparecer algún ultra-racionalista o solipsista que pretenda aferrarse irracionalmente al argumento ontológico y objetase que, a pesar de lo que percibimos mediante los sentidos, siempre deben primar las verdades a priori por sobre el conocimiento obtenido de la experiencia. Es decir, que realmente sí están quemados todos los árboles, pero nuestros sentidos nos engañan, o que los árboles que vemos no son verdaderos árboles, o alguna cosa por el estilo.

 

Para refutar a estas personas, es tan fácil como cambiar “perfecto quemador efectivo de árboles” por “perfecto exterminador efectivo de solipsistas” o “perfecto exterminador efectivo de defensores a ultranza del argumento ontológico”. Resulta que ni los mismos solipsistas pueden dudar de su propia existencia, y mucho menos intentar negarla, a menos que pretendan hacer el ridículo intentando cuestionar el axioma cartesiano. 

 

También puede hablarse de un “perfecto eliminador efectivo de la verdad”, y si tal ser existe, entonces puede decirse que es verdadero que tal ser existe, y, si algo es verdadero, entonces la verdad existe, pero al mismo tiempo, por lo dicho anteriormente, deberíamos aceptar que no existe -en tanto que el perfecto eliminador de la verdad es real y en su perfección como eliminador de la verdad ya debería de, efectivamente, haberla eliminado-, lo cual nos lleva a un evidente absurdo lógico.


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